Vincenzo
Galilei odiaba a los matemáticos. Podría parecer extraño, pues él
mismo fue uno de ellos y muy dotado. Pero antes que nada era músico,
un intérprete de laúd muy reputado en la Florencia del siglo XVI.
En la década de 1580 orientó sus talentos a la teoría musical y la
encontró deficiente. La culpa, decía Vincenzo, la tenía un
matemático que llevaba muerto dos mil años, Pitágoras.
Pitágoras,
un místico, nació en la isla griega de Samos alrededor de un siglo
antes que Demócrito. Pasó la mayor parte de su vida en Italia,
donde organizó la secta de los pitagóricos, una especie de sociedad
secreta de hombres que sentían un respeto religioso por los números
y cuyas vidas estaban gobernadas por tabúes obsesivos. Se negaban a
comer judías o a coger los objetos que se les caían. Al levantarse
por las mañanas, se cuidaban de alisar las sábanas para borrar la
impresión que habían dejado en ellas sus cuerpos. Creían en la
reencarnación, y rehusaban comer o golpear perros por si fueran
amigos perdidos hacía tiempo
Les
obsesionaban los números. Creían que las cosas eran números. No
sólo que los objetos pudieran ser numerados, sino que eran números,
como el 1, 2, 7 o 32. Pitágoras pensaba en los números como en
figuras y a él se debe la noción de los cuadrados y los cubos de
los números, palabras que hoy nos acompañan todavía
Pitágoras
fue el primero en adivinar una gran verdad relativa a los triángulos
rectángulos. Señaló que la suma
de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la
hipotenusa,
fórmula que se graba al fuego en todo cerebro adolescente que se
pierda en una clase de geometría, de Nueva York a Beijing.
Los
pitagóricos amaban el estudio de las razones, de las proporciones
entre las cosas. Idearon el «rectángulo de oro», la figura
perfecta, cuyas proporciones son visibles en el Partenón y en muchas
otras estructuras griegas, así como en las pinturas renacentistas.
Pitágoras
fue el primero que se preocupo de la astronomia. Fue él (y no Carl
Sagan) quien acuñó la palabra kosmos
para referirse a
todo lo que hay en nuestro universo,
de los seres
humanos a la Tierra y a las estrellas en rotación sobre nuestras
cabezas. Kosmos
es una palabra
griega intraducible que denota las cualidades de orden y belleza. El
universo es un kosmos,
dijo, un todo
ordenado, y cada uno de nosotros, seres humanos, también es un
kosmos.
Los pitagóricos amaban la música, a la que aportaron su
obsesión por los números. Pitágoras creía que la consonancia
musical dependía de los «números sonoros». Sostenía que las
consonancias perfectas eran los intervalos de la escala musical que
se pueden expresar como razones de los números 1, 2, 3 y 4. Estos
números suman 10, el número perfecto según la concepción
pitagórica del mundo. Los pitagóricos llevaban a sus reuniones sus
instrumentos musicales, y las convertían en jamm
sessions.
Vincenzo
Galilei pensaba que los pitagóricos debieron de tener un oído
colectivo de hormigón armado, habida cuenta de sus ideas sobre la
consonancia. A Vincenzo su oído le decía que Pitágoras estaba
equivocado de todas, todas. Otros músicos del siglo XVI
tampoco les hicieron caso a estos antiguos griegos. Sin embargo, las
ideas de Pitágoras perduraron incluso hasta los días de Vincenzo, y
los números sonoros eran aún un componente respetado de la teoría
musical, si no de la práctica. El mayor defensor de Pitágoras en el
siglo XVI fue Gioseffo Zarlino,
el principal teórico musical de su tiempo y, además, maestro de
Vincenzo. Vincenzo y Zarlino
entablaron una agria disputa sobre el asunto, y Vincenzo, para probar
lo que sostenía, ideó un método revolucionario en aquel tiempo:
experimentó.
Mediante la
realización de experimentos con cuerdas de diferentes longitudes o
cuerdas de igual longitud pero diferentes tensiones, halló nuevas
relaciones matemáticas no pitagóricas en la escala musical. Algunos
mantienen que Vincenzo fue el primero en desacreditar mediante la
experimentación una ley matemática universalmente aceptada. Como
muy poco, perteneció a la vanguardia de un movimiento que puso en
lugar de la vieja polifonía la armonía moderna.
Sabemos
que hubo al menos una persona que asistió con interés a estos
experimentos musicales. El hijo mayor de Vincenzo le observaba
mientras medía y calculaba. Exasperado por el dogma de la teoría
musical, Vincenzo despotricó ante su hijo contra la estupidez de las
matemáticas. No conocemos las palabras exactas, pero dentro de mí
puedo oírle vociferar algo del estilo de: «Olvídate de esas
teorías con números estúpidos. Escucha lo que tus oídos te digan.
¡Que no tenga que oír nunca que quieres ser matemático!». Enseñó
bien al chico, e hizo de él un competente ejecutante del laúd y de
otros instrumentos. Educó sus sentidos y le enseñó a detectar los
errores de tiempo, habilidad esencial para un músico. Pero quiso que
su hijo mayor renunciara tanto a la música como a las matemáticas.
Padre al fin y al cabo, Vincenzo quería que su hijo fuese médico;
deseaba que tuviera unos ingresos decentes.
Contemplar
estos experimentos causó en el joven un efecto mayor de lo que
Vincenzo pudo haber imaginado. Al chico le apasionó especialmente un
experimento en el que su padre aplicó varias tensiones a sus cuerdas
colgándoles pesos distintos de sus cabos. Al pinzarlas, estas
cuerdas cargadas hacían de péndulos, y ahí puede que empezase el
joven Galileo a pensar en las maneras características con que los
objetos se mueven en este universo.
El
hijo se llamaba, claro, Galileo. Desde el punto de vista moderno, los
logros de Galileo son tan luminosos que cuesta percibir en ese
periodo de la historia a nadie que no sea él. Galileo ignoró las
diatribas de Vincenzo sobre lo espurias que eran las matemáticas, y
se hizo profesor de matemáticas precisamente. Pero, por mucho que
amase el razonamiento matemático, lo subordinó a la observación y
la medición. De su hábil mezcla de una cosa y la otra se dice con
frecuencia que supuso el verdadero comienzo del "método
científico".
"La Particula Divina" Leon Lederman
"La Particula Divina" Leon Lederman
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